Diferencias y voluntad



Somos intolerantes. Sí, hablo en plural porque nadie se salva de tener algún problema para tolerar medicamentos, artes, situaciones, ideologías o religiones. Aunque en un mundo en que las comunicaciones nos conectan desde El Salvador hasta China no podemos ser intolerantes porque entonces nos entrometemos con el área de libertad de cada individuo.
La intolerancia que va enfocada a grupos e ideas se convierte en discriminación y esto se vive desde hace tanto tiempo, tanto que no existe registro histórico occidental que nos diga lo contrario. Puede ser por razas, por clases sociales, por gustos, por forma de vestir e incluso por edades o géneros. Personas que buscaban la uniformidad en la humanidad a precio de suprimir una de las características más bellas: la diversidad.
En El Salvador ha existido esa dificultad desde la conquista, aunque algunos historiadores hablan de diferencias entre las distintas naciones americanas que habitaban antes de la llegada de los europeos, es con los colonizadores que se marcan. En un continente donde la mayoría somos mestizos y hemos recibido la discriminación como un pan diario, desde 1498 somos renuentes a aceptar diferencias. Desde aquellos tiempos de la colonia cuando se encargaron de clasificar a las personas en criollos, ladinos, indios, zambos, coyotes y negros suprimiendo su identidad, sus tradiciones y artes. Y cada mezcla se volvía siempre inferior a la que predominaba, que por lo general la que tiene el dominio es la europea (aunque tampoco podemos hablar de pureza de sangre en estos), también sufrieron esa discriminación a lo largo de su historia.  
Durante siglos las razas dominantes afirmaban que no debían de mezclarse, y aun así se dio el cruce. No existe nación que no se hay mezclado. Todas las tierras colonizadas fueron testigos de esto y vieron como surgían naciones con rasgos de las diferentes razas, incluso en su comportamiento diario, su idioma, la forma de vestir, la arquitectura. Cada una de las facetas de la cultura sufrió ese mestizaje.
Pero la discriminación a las razas no es la única muestra de intolerancia, también hay miedo o falta de aceptación a ideas, religiones, nacionalidades, rasgos físicos. En fin, a todo lo que es diferente. Y lograr esos cambios requiere una formación y voluntad para aceptar esas diferencias.
Con el tiempo, la intolerancia a las razas se convirtió en sólo uno de los tipos de discriminación y exclusión. También se dio rechazo a los  pensamientos y a las ideologías. E incluso el mundo tuvo que sufrir una guerra fría entre el capitalismo y el socialismo que dejó abierta la posibilidad de tener una aparente libertad de ideas, aunque siempre existe una idea que pretende ser la determinante, la que es la “verdad” y es incuestionable para la ideología dominante.
Durante el siglo XX se persiguieron miles de personas por pensar diferente a los regímenes que gobernaban en sus países. En el Salvador las cifras son indeterminadas de desaparecidos, torturados, mutilados y exiliados que sufrieron estos vejámenes por pensar diferente. Fueron intolerados.
La intolerancia es uno de los productos de nuestra sociedad y tiene como consecuencia el rechazo a todo lo que amenace la seguridad de lo que se cree cuando no tiene fundamentos. Esta crece en nuestra sociedad cada día, y se mantiene como una forma de actuar para un buen número de individuos, que no puede asimilar la existencia de personas que piensen diferente, que tengan una creencia religiosa distinta a la suya, e incluso que sean de otro género. Generando conflictos entre ellos y dando lugar a que la violencia crezca en los discursos políticos, en los medios de comunicación e incluso en las conversaciones de la ciudadanía.
Para poder dejar atrás ese muro que no permite avanzar se requiere aprender a aceptar que vivimos en un mundo de diferencias, en el que es esencial respetar a los demás individuos que habitan nuestras ciudades. Aceptar no quiere decir compartir, pero sí dejar la posibilidad de que la gente decida sus caminos y no procure eliminar o rechazar aquellas ideas o acciones que le parecen diferentes. Lo anterior fuera suficiente si no faltara el elemento imprescindible para que algo funcione: voluntad. Sin esta todo esfuerzo se vuelve inútil.



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