A Jocelyn la mató el machismo de nuestra sociedad

El asesinato de Jocelyn Abarca ha conmocionado a nuestro país. Un caso que nos recuerda lo frágil e incierta que es la vida en una nación como la nuestra, donde la violencia y el machismo pueden darse la mano para cometer acciones tan atroces como este asesinato a manos de la persona que supuestamente la amaba: su esposo, Rónal Urbina.
Casos que se dan a diario y que muchas veces la gente calla y jamás llegan a conocerse, pero que existen y la sociedad es cómplice y victimaria. Cómplice porque calla y se queda espectante, y es cómplice porque en lugar de promover la igualdad ha promovido el machismo y otras formas que pueden generar caos en las familias los próximos veinte años.
Es cierto que habitamos un país que la neurosis es el pan diario, que aún existen daños producidos por la guerra civil, que la delincuencia es parte de nuestro modus vivendi. Todo es verdad, y por eso somos una nación violenta. Lo sabemos, la Doctora Marina de Arocha dijo tras los Acuerdos de Paz que cada salvadoreño necesitaba un psicólogo y su respectivo tratamiento. La cuestión es que los años están pasando y el fenómeno se está agravando.
El detalle es que la violencia debería ser encausada y controlada. Medidas existen, pero al parecer la voluntad del Gobierno y los partidos políticos no es sufiente. Existen ejemplos de sociedades que han canalizados estas situaciones, tal como la Italia del Renacimiento produjo maravillosas obras de arte a partir de sus problemas sociales, tal como Japón direccionó su sociedad para transformarse en una potencia económica después de ser un país rural que sufrió la detonación de dos bombas nucleares al final de la Segunda Guerra Mundial, tal como Croacia tras tantos problemas logra el gran verbo en presente: crece. Y no solo existen estos ejemplos, muchas naciones europeas provienen de culturas tradicionalmente violentas y en la actualidad son todo un ejemplo.
Sin embargo, existen casos como el de Jocelyn Abarca, mujeres asesinadas por sus esposos, homicidos agravados con alevosía y ventaja que horrorizan a la gente. Y esa violencia no solo se da en quitar la vida, sino la autoestima, la esperanza y la libertad de muchas mujeres.
Los hombres también sufren violencia, pero no son tan susceptibles de volverse blanco directo como las mujeres en nuestra sociedad actual, que las mira como objetos o personas para dominar y a veces para destruir.
Lamentablemente, no solo es un problema de educación. Todo tiene su origen en nuestra cultura de violencia, de machitos, de fuertes, de «no dejarse», que se ha impuesto. La gente cree que es bueno y saludable someter e imponerse a la fuerza, tal como lo hicieron las dictaduras militares, los círculos de poder en los últimos siglos.
Así, se van dándo cada día casos como el que citamos con anterioridad. Sucesos que gracias a las redes sociales y los medios de comunicación se conocen en estos días. Pero, son situaciones que no son raras o eventuale, tienen siglos de acontecer desde la figura de la pernada o «prima nocte» en la que el patrón o el noble se creía con el derecho de abusar de sus trabajadores y acostarse con sus mujeres. Sucede en nuestras zonas rurales, en las áreas urbanas e industriales, en las altas esferas.
Estos crímenes no dejarán de existir por que se dicten leyes más duras en el Código Penal o por más protestas que se den. Disminuirán cuando nuestra población se eduque para respetar a su prójimo, para darle su lugar a la mujer, para ser justos. Mientras tendremos que lamentar cada cierto tiempo una muerte como esta, con la esperanza puesta de que exista voluntad de nuestros gobiernos, políticos y población civil. El problema es de todos.