Odio, el principal freno



En la vida de un ser humano no existe nada peor que el odio. Se propaga en nosotros mismos, llenando nuestra alma y nuestro cuerpo, al punto que en ese estado de rebalse lo compartimos con nuestros familiares y amigos hasta que llega a inundarlo todo. Se vuelve una de las características de una sociedad y llega a dirigir sucesos que después crean vergüenza y muchas veces arrepentimientos y señalamientos.
He visto sucesos lamentables en la historia producto de esta ausencia de amor. Guerras irracionales (¿Acaso existe una que sea racional?), destrucción de personajes y figuras como León Troski, persecuciones a personas como mi papá sólo por pensar distinto al sistema dominante, allanarle el camino a otros. La eliminación de pueblos como sucedió en Izalco en 1932 o la eliminación de millones de judíos en los campos de concentración nazi, persecuciones religiosas.
En fin tantas cosas. Cuando era pequeño y leía que la justificación de odiar a los judíos era porque había crucificado a Jesucristo proveía en mí una confusión enorme. No podía entender por qué razón odiar a los descendientes de estos, si no estuvieron involucrados. No veo a ninguno de estos que fueron perseguidos por la inquisición española buscando a los “judaizantes” para destruirlo. En fin, obrar bien o mal me parece más sensato para emitir un juicio. Recuerdo lo que se encuentra escrito en la Biblia, en el libro de Ezequiel 18:20: “El que peca es el que morirá; el hijo no cargará con la culpa del padre, el padre no cargará con la culpa del hijo; sobre el justo recaerá su justicia, sobre el malvado recaerá su maldad”. Una enorme verdad pasada por alto.
Históricamente jamás estaría de acuerdo con asesinar a alguien o cometer un delito, no creo que el odio justifique actuar con mal corazón defendiendo, supuestamente, algo bueno. Creo en la justicia, creo que hay que luchar por ella; pero no creo en obrar mal para buscar la justicia. El mal donde quiera que provenga es mal. Jamás estaré de acuerdo con el asesinato de Monseñor Romero, pero eso no quiere decir que señalaré a Roberto d´Abbuison hijo por ello. El que está señalado como autor intelectual es su papá, no el hijo, y aunque no concuerde con el partido en el que él esté o sus ideas políticas no lo atacaré por algo que está señalado en su padre. Es ilógico e injusto.
Por años pensé que los que causaron la muerte de mi padre debían de pagar. Curiosa petición para un niño, que según la instrucción creyente debe saber perdonar. El perdón es una acción tan sublime, por ello se le llamaba magnánimo a aquel que sosteniendo su espada a punto de liquidar a su oponente prefería perdonar. El perdón no quiere decir ser ingenuo y displicente con lo que sucedió, pero si nos hace tener la mente clara porque el odio nubla el juicio. Yo sigo esperando la justicia, la verdad. Pero no espero la muerte y mucho menos tomar en mi mano la venganza. Creo que uno debe saber caminar con el resto del mundo sin caer en las prácticas de odio y rencillas que existen. La paz es un acto de conciliación, pero también de restablecimiento y reconciliación.
 Aún nos falta mucho que entender, muchísimo. El 12 de octubre nos lo enseñaron en el colegio como el día de la raza, luego como el día del descubrimiento. Los vientos de octubre eran habituales y hasta salían diversos anuncios en los canales de televisión. España lo llama el día de la hispanidad y hace una recepción rememorando ese momento como una unión de pueblos, no celebrando los actos amorales de los conquistadores. Históricamente están al tanto de las atrocidades que cometieron muchos de los que vinieron a conquistar y colonizar el continente americano, lo saben y están conscientes de ello. Sin embargo, hay un detalle que olvidan algunos que desean venganza por estos actos y no retribución: los españoles de ahora no son los de 1492 a 1821. No lo son. ¿Por qué entonces señalarlos e insultarlos?
Lamentablemente, aún hay personas que creen que esa es la manera correcta de actuar. Siempre he creído que debo estar orgulloso de cada gota de sangre, de mi herencia, de ser yo y tener una identidad. Así como muchos de nuestro pueblo soy mestizo. Corren en mi cuerpo sangre ibérica, italiana, indígena, africana y judía. Y no niego ninguna de ellas. Así como somos indígenas, somos españoles. ¿Por qué negarlo? Así también los españoles, quienes provienen de mestizaje: íberos, celtas, visigodos, ostrogodos, magrebíes, árabes, romanos y judíos. Curioso el mundo, tras ellos ser una nación mestiza, vienen y hacen otra mestiza. Y esta nación mestiza en la que habitamos hoy, ese El Salvador en que cohabita la multiculturalidad producto de la globalización y las transculturización, en la que apelamos a ideas y sistemas exportados, y no a uno propio que sea adaptado a nuestra historia, seguimos apelando al odio como forma de vida.
¿Cuándo aprenderemos que seguimos nublando el juicio y mantenemos una posición mediocre ante la adversidad? y que por ello cerramos los oídos para cambiar la realidad. Hasta que comprendamos que el camino se forja con buen juicio y sin odios, avanzaremos. Mientras seguimos sumidos en un país que se niega a avanzar, en tanto algunos hacen esfuerzos titánicos por hacerlo.




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