Amordazar, una práctica de intolerancia



 El Salvador no es un lugar que se haya destacado por la libertad de expresión a lo largo de su historia.
Por más de cuarenta años la dictadura militar no sólo limitó lo que se debía decir, sino también lo que se debía pensar, amañando elecciones y decidiendo el rumbo del país sin pensar en su población. El sólo acto de considerar que las cosas no marchaban correctamente era una sentencia de muerte. Ya no se diga criticar el régimen totalitario en turno, porque no sólo era persecución para el individuo sino incluso para toda su familia, amigos y vecinos. Muchos murieron gracias a esa decisión de mantener el statu quo, sobre todo cuando tuvieron la “brillante” idea de considerar comunista la defensa de los Derechos Humanos y la libertad de expresión. Y bajo ese calificativo murieron muchos, como podemos ver en el muro del parque Cuscatlán, en el Centro de San Salvador.
En 1932 el general Maximiliano Hernández Martínez decidió dejar en la historia su decisión de asesinar a miles de personas porque estaban en desacuerdo de la desigualdad y las injusticias que se vivían, y el Estado procuró mostrar de forma monumental los logros del gobierno de este general, al punto de que fue endiosada su gestión. Algunos se dedican a añorar en las redes sociales el retorno de un hombre como Martínez. Poco saben de esos años.
Y así nuestro pueblo fue acoplándose a la represión, a tener la cabeza con la mirada abajo y a no reclamar, a conformarse. Por eso es difícil para algunos reclamar sus derechos y denunciar los atropellos e injusticias que se viven. Tienen miedo, ese miedo es herencia de esos años de represión. Y ahora no saben porque la violencia crece, si toda esa represión los hace mantener el silencio y no denunciar a sus jefes y sus excesos, a los delincuentes que los extorsionan, a los que se aprovechan de ellos y a ese largo etcétera que los aqueja.
Todo esto comenzó a cambiar con los Acuerdos de paz en 1992, aún los gobiernos de ARENA no fueron tan intolerantes como en algunas empresas que despedían a las personas al conocer que tenían simpatías con el FMLN o con sindicatos, o por tener familiares de izquierda. Hay empresas que ven con odio a todo aquel que pelea por los derechos de otros. Ahora la cosa es diferente, aunque el país sigue teniendo ese problema de no comprender que la filiación partidaria no es sinónima de que una persona sea buena o mala. Puede haber buenos en cada lado, como malos.
El problema es que la historia nos ha demostrado que los regímenes de derecha han perseguido a los luchadores sociales, poetas y a todo aquel que pensara diferente.
En las décadas de 1970 a 1990 las paredes y los poetas eran la forma de alzar la vos. Las marchas, las tomas y huelgas eran la única forma de llamar la atención y ser escuchados a la vez que reprimidos a golpes y balas, como sucedió con los estudiantes de la UES el 30 de julio de 1975. No es ninguna sorpresa que a algunos grupos no les gusta que haya libertad de expresión y procuran sosegar todo aquello que impida los mezquinos intereses de algunos grupos. Todo sea para mantener ese statu quo del capital pretendiendo llevar a la cárcel a quienes emitan juicios en las redes sociales, y que ahora existen legisladores responsables que consideran que debe ser estudiada. ¿Para qué una ley mordaza? ¿Por qué silenciar las redes sociales o los medios de comunicación que no están alineados con el gran capital? El silencio sigue siendo preferible a buscar alternativas para todos y todas.
¿Acaso se pretende hacer lo mismo que en España con penalizar a quienes hablen mal de la monarquía? ¿Qué es lo que se pretende mantener en silencio? ¿No se debe pelear por lo que se cree? Como siempre, el egoísmo prima. Con esto no queremos decir que la gente pueda difamar o calumniar a su antojo, también se debe tener reservas, limites que ya existen en nuestro cuerpo normativo. Libertad de expresión no es lo mismo que libertinaje de expresión. Eso sí, cuando algo es incorrecto debe decirse, no callarse. Aunque las opiniones de otros no sean de nuestro agrado debemos escucharlas, vivimos en una democracia, habitamos en una república.
Debemos ser conscientes que hay una variedad de pensamientos que deben de prestársele atención y no silenciarlos porque no nos gusten. Nuestro país tiene cosas buenas y malas, no debe de dársele sólo preferencia a las malas; debemos saber ver todo el panorama, lo bueno y lo malo. Si hay cosas buenas, trabajar para que sean mejores. Si hay cosas malas esforzarnos por mejorarlas.
La solución no sólo está en el gobierno o en la alcaldía, cada uno de nosotros es parte de esa solución que se busca. Todos queremos un mejor El Salvador, y eso no se logra hablando mal o difamando, se logra exponiendo verdades y aportando soluciones. Y es la libertad de expresión una alternativa para conocer la verdad que algunos medios de comunicación parciales nos pretenden distorsionar.
La voz del pueblo debe ser escuchada y no silenciada. Cada vez que se nos limiten las libertades que muchos han luchado para que tengamos, incluso con sus vidas, no deben de ser ignoradas. Debemos mantenernos firmes para defender la posición que puedan tener otros, aunque no nos guste o no estemos de acuerdo, así como debemos defender nuestras ideas. Sólo así podremos crecer juntos, así como crece una nación, no podemos dejar que nuestro país retroceda.
La libertad de expresión es un derecho que ha costado muchas vidas, no dejaremos que los mismos que procuraron censurarlo todo con represión y muerte vuelvan a hacerlo.

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