Una sociedad que vive del consumo



Consumimos. Ningún individuo que conozco está exento de esto. Nos vemos obligados a utilizar el dinero como única vía para adquirir alimentos, servicios, seguridad, habitación, viajes, educación y objetos. Sin dinero es imposible que se adquieran todas estas cosas.
La sociedad se ha transformado en autómatas del consumo, es decir que se ha dirigido hacia el consumismo. Pero no sólo a adquirir esas cosas que antiguamente se consideraban necesarias e indispensables como son el vestido, la salud y la habitación. Ahora el perfume de moda, el televisor por cable, el DVD, el internet, un afiche, el MP4 resultan necesarios para vivir, no un lujo, sino algo que se desea y se está dispuesto a tener.
Antes observábamos como sociedades aparente más avanzadas como las del llamado primer mundo se iban convirtiendo en dependientes de lo artificial y de la modernidad. Los aparatos eléctricos suplían los tiempos de los utensilios que requerían únicamente la motricidad humana. La electricidad y las computadoras cada vez inundaban más los hogares hasta que el rebalse llegó a todas partes y ahora el mundo globalizado está al tanto de cada novedad, aunque se tarden algunos un poco más que otros en comprar. Mientras, en 1997 eran extrañas las casas que tenían computadoras y ya no se digan otros aparatos, ahora son uno de los principales medios de comunicación además de una imprescindible herramienta de trabajo. La computadora llegó para quedarse, al igual que los diferentes tipos de software para trabajo y entretenimiento.
También podemos afirmar que gastamos nuestro tiempo, nuestra vida y esfuerzos. Porque todo se convierte en una cadena de consumo, pero esta se encuentra dentro de lo aceptable. En cambio el consumo indiscriminado de lo que no se necesita mina la condición de adquirir lo necesario, y en un momento llega la tragedia de perder la posibilidad de comprar en un futuro algo que no sea lo esencialmente necesario, o  la terrible consecuencia de vivir con deudas impagables que terminan heredadas a las familias y minando la tranquilidad, además de la salud, del individuo. Porque el consumo indiscriminado de bienes y servicios no indispensables llevan irremediable a la pobreza. Las personas prefieren pagar un televisor de plasma a solventar otras prioridades como la educación, la alimentación y salud de su familia. Quizá no lo piensen así en el momento de llegar a la tienda y firmar los papeles para el crédito, pero al no tomar en cuenta si están preparados o no para obtener esos productos tienen que afrontar esos problemas.
Estas necesidades modernas de consumir han sido observadas por los sectores comerciales; observadas, apoyadas y reafirmadas. La publicidad remarca que lo que es anunciado es imprescindible de adquirir y de forma sutil sugiere que al adquirirse es seguro que podrá satisfacer  una necesidad.
Los templos del consumo son los centros comerciales donde los ciudadanos deambulan por sus pasillos añorando lo que se encuentra tras las vitrinas, y que al final es comprado por los vitriniadores. Incluso las personas paralizan sus fines de semana buscando entre sus estantes cosas que urgen y luego cosas que satisfacen su deseo de tener, aunque no sean indispensables.
Y esta costumbre busca afirmarse con el viernes negro (Black Friday, en inglés) cuando se abre la temporada de compras navideñas con descuentos, haciendo un llamado a que se compre lo que se dispone en las tiendas. Y claro, como personas que consumen, todos los que tienen oportunidad comienzan el ritual de buscar entre las promociones lo que desean, necesitan o simplemente les atrae. Y mientras se compra se cuenta el dinero, la oportunidad de crédito con el único anhelo de obtener lo que el individuo ansía.
La gente compra, es ineludible esta situación. El consumo puede generar pobreza y también riqueza. Sin este no existirían las multinacionales e innumerables empleos. Pero el consumismo, esa compra desmedida de artefactos o servicios que no son indispensables se convierte en una de las razones que deterioran la economía familiar al no tener claro que no se debe gastar más de lo que se puede pagar.

*Escritor, licenciado en ciencias jurídicas.

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