Violencia, ese mal nacional
San Salvador es devorado por un ancho y enorme monstruo
llamado violencia. San Salvador digo, cuando debería decir El Salvador o el
mundo. Cada uno de los habitantes del país más pequeño de Centroamérica pretende vivir queriendo ignorar la realidad,
o ya acostumbrado a habitar en un mundo de violencia, porque aún antes de que
la guerra se declarará ya tenía el más alto índice de homicidios de la región y
en 1996 incluso del continente.
No importa la clase social ni el nivel académico. Cada
individuo sobrevive como puede lidiando con otros problemas que a su vez ayudan
a que la violencia incremente. La violencia ese gigantesco monstruo que se
alimenta de los salvadoreños y que no radica sólo en la delincuencia, sino en
la forma que se trata a los semejantes, los castigos y reprimendas a los
infantes, el estímulo que provocan la televisión y el internet. El día a día lo
demuestra, está reflejado en los medios
de comunicación, en las anécdotas, en los hogares. Incluso en las
transacciones, las instituciones de crédito o que prestan servicios generan
violencia al cobrar las mensualidades atrasadas o al imponer cláusulas
abusivas. Ya no se digan los tratos entre patronos y empleados en los que la
violencia y el miedo representan la única forma de cohesión para imponer la
autoridad
El Salvador es una nación de neuróticos producida por la
guerra y la represión, pero cada vez más afectada por la posguerra y la
economía. La población se siente más
amenazada por la violencia de estos años que por la de la guerra. Así como la neurosis, también existe la histeria
colectiva, el miedo y la inseguridad, la desconfianza a todo, la completa incertidumbre de dónde y cómo se
acabará el día. Los infantes de la guerra ahora son hombres y mujeres que han formado sus propias familias y a
pesar de que la guerra tiene veinte años de finalizada aún vemos sus secuelas,
así como en los fenómenos de la pobreza y la pobre calidad de vida del 40% de
los salvadoreños según la DYGESTIC en el 2008, cuando 12 de cada cien familias
no lograban llenar las necesidades básicas, cifras que poco han cambiado en al
actualidad cuando a diario suben los precios de los combustibles y los precios
suben, mientras los salarios se mantienen siendo su última variación en el 2011
de $224.21, cantidad insuficiente para que la gente pueda alimentarse, vestirse
y tener otras necesidades. Tomando en cuenta que este salario es para servicios
y comercios, los salarios de los otros sectores son menores. No se debe
criminalizar la pobreza, pero lamentablemente es el asidero donde la violencia
se ve con mayor número de casos. Es precisamente en estos sectores menos
favorecidos donde se aprecia el fenómeno de las maras.
Durante la guerra existía un objetivo, una razón para la
muerte o para sacrificar la vida, existían ideales que dirigían las metas de
muchos. Ahora en cambio la incertidumbre es la que prima. La gente puede estar
en sus hogares y no es garantía de seguridad, ahí pueden ser asesinadas o
convertirse en victimas de cualquiera de los delitos en los que se genera
violencia: asaltos, violaciones, extorsiones, secuestros, lesiones.
Las autoridades hacen su esfuerzo para palear esta crisis,
pero mientras no se trabaje en las raíces de esta, siempre se tendrá que
combatir. La única forma para detener la crecida de violencia es por medio de
la educación y de políticas sociales justas, además de la voluntad de los
salvadoreños. Sin el apoyo de estas será difícil disminuir los altos índices
mortales en nuestro país y las graves secuelas que se están gestando para las
futuras generaciones.
La niñez debe comprender la moral y practicarla, pero si no
se reeduca a sus padres para que estos refuercen esas enseñanzas se está
arrojando semillas a las piedras. Porque los progenitores son el modelo que
estas niñas y niños seguirán. Los empleados públicos y los funcionarios también
son importantes porque son modelos de autoridad y que reflejan cómo son los
salvadoreños. Al igual que el resto de la población los políticos deben cambiar
sus discursos de violencia por el de la conciliación. Detener la violencia en
nuestro país es trabajo de todos, debe ser un fin común. No debemos quedarnos
inmutados ante la violencia, debemos trabajar para detenerla.
*Escritor salvadoreño.
Licenciado en Ciencias Jurídicas
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