El límite entre lo correcto y lo incorrecto

 A veces el campo de la política se ensucia. Tanto que la apatía de los electores es grande e incluso llega a grados de desprecio a todo lo relacionado con el quehacer político. 

Para muchas personas hablar de funcionarios y gobernantes es referirse a ladrones, engañadores, sofistas, populistas, aprovechados y un sin fin de apelativos que no serían suficientes las cuartillas para mencionarlas. Una triste realidad que vivimos a diario. 

Aunque el problema en realidad no radica en la política como tal, pues esta es el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados, el modo de dirigirlos. El meollo del asunto está en la raíz. Es decir que no es el campo, sino el que lo cultiva: el verdadero inconveniente radica en las personas que hacen política o sea los individuos que se ocupan en los asuntos del gobierno: presidentes, ministros, directores, alcaldes, concejales, diputados. Esto no quiere decir que todos los que compiten por un puesto en el Estado sean personas de desconfianza, sin embargo en muchos casos estos van aunados con candidatos que no son aptos para los puestos, pues carecen de la formación necesaria o de la intención de darse a los demás. 

A esto debe incluirse que en los partidos no existe un método para elegir a sus candidatos que se base en sus buenas costumbres, su capacidad, su integridad y su trabajo voluntario para ayudar; sino que únicamente en el trabajo de las bases y los intereses de diversos sectores involucrados. La solución para iniciar la erradicación de estas malas costumbres políticas tienen que ver con una verdadera observación, detallada y coherente. 

Por sencillo que parezca es una formula sencilla: tal como se muestra un político en una campaña electoral y al haber sido elegido, así es en la realidad. Si se basa de engaños o medios de calumnia, difamación o denigración de sus contendientes (cualquiera que sea), lo seguro es que su forma de gobernar será la misma que tuvo durante su campaña electoral. Si se dedica a visitar a las personas y esboza una sonrisa animada por su asesor de imagen y no una sincera; además se compromete y afirma que es capaz de: curar las enfermedades, reparar las ciudades destruidas, edificar infraestructura moderna u otra aseveración; y a la hora en que debe de cumplir no lo hace, difícilmente podemos confiar en esos candidatos. Pues nos venden un castillo de hadas utilizando el populismo como instrumento para lograr sus fines, lejanos de ayudar a mejorar el bien común y en cambio beneficiándose individualmente. Los electores deben valorar la verdadera calidad moral de los contendientes. No podemos hacernos falsas expectativas de lo que afirman unos pocos sin el sustento necesario, debemos ser críticos en verdad. 

Los candidatos deben presentarse a sí mismos casi inmaculados pues a ellos se les confía el futuro de nuestro Estado, Alcaldías y legislaturas. Pero, en la práctica lamentablemente no es así. Es difícil confiar en una persona si su moralidad no es lo suficientemente fuerte para mostrar honestidad, entrega, lealtad y otros valores que requieren los líderes. Entre estos recordando que el respeto a los demás es un principio de todo Estado que se precie de democrático. Donde terminan las libertades de uno, empiezan las de otro y aplicando este respeto se logra convivir en armonía. En ningún momento las libertades de una persona deben pisotear las de cualquier individuo, pues en un Estado todos somos parte y valemos por igual sin importar simpatía política, condición económica, religión, sexualidad y raza. 

Es triste comprobar que las campañas de algunos partidos buscan ofender, burlar y desvalorizar a los candidatos contrarios. Este tipo de campañas electorales lejos de beneficiar a los partidos obtienen un mayor ausentismo en las urnas los días de votación. En nuestro El Salvador con más de 6 millones de habitantes no podemos darnos el lujo de afirmar que al menos el 50% de los que tienen capacidad para votar lo hagan. Incluso existe un alto porcentaje que tienen años de no asistir a las urnas. 

El candidato que va a dirigir un país debe ser respetuoso, no sólo de las personas que están a su alrededor, sino también de sus adversarios, pues gobernará un país, en el que lógicamente encontraremos muchas opiniones políticas. No olvidemos que para lograr la verdadera convivencia pacifica se inicia con el mandatario, de igual forma los políticos y como resultado en la población. Un mejor país se logra actuando correctamente, es decir conociendo el límite entre lo correcto y lo incorrecto para hacer lo que está bien. Y para ello primero requerimos de respeto. 

 

Publicado en Diario Co Latino el jueves 5 de febrero de 2009.

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